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lunes, 7 de febrero de 2011

Tarde de Cuentos en casa de Morenza.

En una bonita y soleada tarde de febrero, los amigos y cuentistas se reunieron de nuevo, en bajo número, eso sí. Unos no vinieron por motivos que otros dieron y otros, no vinieron porque no quisieron. Y los que vinieron, esto escribieron:

Un piano, suena magistral. Magistral. Con la música, imagino un caballo galopando. Y yo, sobre el. Por una pradera inacabable. Al galope dislocado. El caballo y yo. Una explosión de vida. Una explosión de sensaciones. La música lo envuelve todo y nuestro galopar no cesa. Al compás de la música, ahora trotando, luego arrancando a la carrera, al clavar las pezuñas con pasión en el verde suelo. Y al instante, el vuelo. El tiempo se convierte en sueño. Y todo se detiene. Es una catarata de luz en polvo.
Tras ello, viene el silencio. El crepitar de las teclas del ordenador de mi compañero, también escribiendo, el guardian de la música. El tema ha acabado y dista mucho de poner otro. La inspiración se dibuja de su cabeza a la punta de sus dedos y, mi bolígrafo, en su sordo susurrar, describe un momento, un instante, de ésta tarde de cuentos biplaza. Cuentos a dos. Por una cara y a doble espacio.


Y ésto:

Frente a la ventana, estoy viendo a las banderas. Y, se me ha ocurrido que la vida bien puede estar representada por una bandera. Que se parece. O que más bien, es igual. Tengo tres delante de mí. Bueno, cuatro. A una, por su quietud, no la reconocí en un principio. Corre en este momento una ligera brisa. La tarde está soleada. Increible. Casi se celebra un día de sol.
Las banderas se mecen cada una a su manera. La brisa es la misma, pero cada una lleva su baile diferente. Unas más inquietas, más vivaces. Están animadas. Son dos, especialmente. De la Comunidad de Madrid. Y es curioso, porque están en los extremos.
Luego está la de España. Esta parece más languida. No llega ni a melancólica. Sólo, de cuando en cuando, dobla una esquina, pero en general, pende del mastil inmovil. A lo sumo un penduleo. Aletazos sin fuerza e inacabados.
Luego, la última, la que apenás ví pues apenas se mueve. No consigo reconocer a que pertenece. Parece almidonada. Es roja y tiene una punta
estirada hacia abajo, como si dentro tuviera el palo de una muleta del toreo. Podría ser de la Policia Municipal ya que están a las puertas de sus dependencias. Si así fuera, habría que preguntar qué tal es el jefe, por lo que dice la bandera.
De modo que, concluyo, no es que las banderas sean como nosotros o, nuestras vidas, como ellas, si no que ellas son Oráculos y que, el viento, son sus ojos.


Y, también, ésto:

Cabezas a euro!, cabezas a euro!, se desgañitaba la señora junto al quiosko de la plaza. Me acerqué sin vacilar llevado por la enorme tentación de aquel precio ridículo. La señora sudorosa me miraba impaciente. Yo no acertaba a expresar con acierto mi deseo, mas bien mi capricho, como coño se compraba eso. Las cabezas entonces empezaron a chismorrear entre ellas en un tono algo acalorado dedicándome a la vez fugaces miradas. Que va a ser chaval, que no tengo todo el día!. – Pues, ehh, una cabeza. – ¿Como? me increpó indignada la señora.- Quería una cabeza. Un alboroto ahora mas elevado se extendió como la pólvora en la bandeja donde se arremolinaban las cabezas que ahora me miraban fijamente con rostro aterrado. – ¿Solo se va a llevar usted una? Como mínimo se debe usted llevar dos, que va a hacer una sola, se volvería loca!!.- Entiendo, pues entonces deme dos. Cual le gusta más, escoja las que más le gusten. Me agaché y miré ahora de cerca aquellas cabezas apiñadas en una bandeja de fruta medio oxidada. Había rostros de todo tipo, con mofletes rechonchos y pudorosos labios pequeños y finos, había caras flacas consumidas y caras con ojeras, había cabezas distraídas y sonrientes, otras preocupadas y con el ceño fruncido.- Cabezas altivas, cabezas enfadadas, cabezas melancólicas, cabezas soñadoras, cabezas infantiles, cabezas extasiadas, cabezas empecinadas, cabezas decididas y cabezas vagas, cabezas absortas, cabezas esperanzadas y algunas decepcionadas. Cabezas listas y cabezas tontas, algunas lloronas y otras irritantemente risueñas. Eh!, mirar!, parece indeciso el pobre, jajajajaa empezaron a reír, no sabe con cual de nosotras quedarse. Me emocionaba la idea de poder disponer de dos cabezas más. Pero ¿con cual quedarme? Lo que necesito es una cabeza decidida que me diga lo que tengo que hacer en los momentos de duda. No, no porque sería una mandona y acabaría ordenándome o yo dependiendo en exceso de ella. Mejor una cabeza risueña. No, no mi vida se banalizaría, mejor una cabeza honda y responsable…No, no, la verdad es que creo que me basta con la mía, hasta la mía a veces me sobra para que quiero yo otra cabeza. Entonces sentí un cierto fresquito, un airecito invadió mi cuerpo. Mi cabeza con cara de pena me miró con pena a modo de despedida mezclada ahora entre las otras. La señora grita: cabezas a un euro! Cabezas a un euro!. Desde la perspectiva que ahora tenia en la bandeja de fruta soplé el pelo de una señora que me tapaba los ojos y pude ver como mi cuerpo saltaba y se meneaba alegre, mientras se alejaba del cesto de fruta, de la plaza, del quiosko. Y entonces, por fin sonreí…

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